Inserto en el mundo, sin ser de él
Por: IdS
CVX Hermosillo (México)
Introducción
El siguiente ensayo busca cuestionar y reflexionar sobre las situaciones concretas donde el rostro de Dios ilumina los nuevos desafíos sociales, recuperando la memoria histórica de nuestro pueblo.
¿Cómo creer que otro mundo es posible cuando los hechos terroristas cimbran al mundo? ¿Reconozco el paso de Dios por la historia? ¿Cómo evito que otros decidan el futuro de la sociedad, lejos del bien común y la solidaridad? ¿En quién deposito mi confianza?
El rostro de Dios en la sociedad
«Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve»
1 Juan 4,20
Las circunstancias sociopolíticas actuales de violencia y miseria en México y América Latina, demandan respuestas colectivamente efectivas y creativas, donde las voces de la fraternidad, la misericordia y el bien común se alcen para darnos sentido y dirección. Esto implica, para cada uno de nosotros, «salirse de sí mismo» para encontrar al «otro» y reconocerlo como parte uno y de todo. Esfuerzo que se contrapone a las corrientes individualistas y deshumanizadoras, incitándonos a cerrar nuestros ojos al sufrimiento, a tapar nuestros oídos a los gritos de dolor y a silenciar la voz de la denuncia ante la opresión y el perjuicio.
No pocas veces, esta actitud de desentendimiento de los demás, es confundida como una postura seudo-mística que infravalora lo carnal y juzga, como dios todopoderoso, lo mundano como malo; haciéndonos olvidar que Dios se encarnó en el mundo, para que desde aquí, tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia (Cf. Jn 10,10).
Para un creyente, distinguir el rostro de Dios en la vida ordinaria está íntimamente ligado a la imagen que se tiene de Él; por lo que resulta ser, en muchas ocasiones, una tarea arduamente contradictoria debido a los prejuicios, miedos, ideas, experiencias y «verdades» trasmitidas que se tienen. Tratar de encontrarlo en todo tiempo, lugar y persona, resulta ser una alegre sorpresa.
Ver a Dios en todo y en todos, es creer que Jesús no sólo es el hambriento, el sediento, el migrante o el encarcelado (Cf. Mt 25, 34-40), sino también es el obrero explotado, la mujer prostituida, el niño desaparecido, el joven drogadicto que limpia vidrios o «traga fuego», el anciano olvidado, el matrimonio separado, la protesta reprimida por la autoridad, etc. Jesús se transfigura, diariamente, en miles de rostros afectados por las estructuras sociales generadoras de pobreza y desesperanza.
Por ello, muchos de «los que queremos seguir a Jesús de cerca no nos podemos desentender de los problemas económicos-políticos» (Caravias) de nuestro país y del mundo; ya que nuestros egoísmos generan el hambre, la violencia, la corrupción, la segregación e inestabilidad del sistema que lastima a los más débiles. Es por esto, que la participación socio-política de cada persona es necesaria en la construcción del Reino de Dios en el aquí y en el ahora.
Y aunque, si bien es cierto «no todos tienen la obligación de trabajar en política,» si resulta necesario preguntarnos qué nos pide Dios, a toda persona desde donde nos encontramos en este ámbito (Cf. Caravias), y en ese sentido dejarse guiar por el Espíritu.
¿Cómo participo en la construcción de una sociedad incluyente y justa? ¿Sobre qué luz o luces alumbro mi vida y la de los demás? ¿Qué buena noticia soy capaz de anunciar?
Durante el día podemos escuchar o leer algunas buenas noticias, como observar la autorrealización de las personas mediante el logro de sus metas individuales, la apertura de alguna empresa familiar, la adquisición de un bien material o el disfrute de algún viaje. Ha dejado de ser noticia el devolverle la dignidad, mediante la inclusión y valoración, a una persona que sufre desde un hospital, una cárcel, un asilo, un comedor o la calle. Lugares que por antonomasia –al menos deberían de serlo- el rostro de Jesús sufriente se vuelve evidente, señalándonos el camino a seguir; porque para el creyente es deber «encarnarse en el mundo, en su circunstancia, en medio de los pobres y oprimidos de nuestra época, luchando por su liberación y dignidad» (Johnson, p.10).
Actualmente, para una sociedad que se encuentra regida por voces alienantes que condicionan nuestros comportamientos y hábitos, que nos desconciertan y distraen evitando recuperar la memoria histórica de nuestro pueblo, para no recordar las experiencias de justicia e inclusión que los configuraron; le resulta difícil «dejarse sorprender» por un encuentro espontáneo y sincero por parte de Jesús, ya que ello nos anima a creer que otro mundo es posible, a tomar decisiones a favor del bien común y a vivir en libertad.
A continuación comparto un suceso histórico, del siglo XX, que marcó la drásticamente la forma de participación socio-política dentro de la ciudad donde vivo, y donde el rostro de Dios se vio reflejado en los rostros estudiantiles que lucharon en contra de la imposición y el autoritarismo.
Hermosillo, una voz en medio del desierto.
Reconocer la presencia de Dios en los movimientos sociales parece estar sujeta, delimitada y hasta restringida, por las ansias de poder de algunos grupos económicos o partidistas; olvidándose que «los compromisos auténticos inician su desarrollo en el lodo de los suburbios, en los niveles más básicos: en el trabajo, en la escuela, en el barrio» (Caravias, p.3), y en Hermosillo[1], el compromiso por una sociedad justa, incluyente y democrática gestó una lucha que paralizó al estado.
Hermosillo, una voz en medio del desierto.
«El Estado Mexicano demostró en 1967 en Sonora una vez más profunda inflexibilidad y autoritarismo»
Armando Moreno Soto
Reconocer la presencia de Dios en los movimientos sociales parece estar sujeta, delimitada y hasta restringida, por las ansias de poder de algunos grupos económicos o partidistas; olvidándose que «los compromisos auténticos inician su desarrollo en el lodo de los suburbios, en los niveles más básicos: en el trabajo, en la escuela, en el barrio» (Caravias, p.3), y en Hermosillo[1], el compromiso por una sociedad justa, incluyente y democrática gestó una lucha que paralizó al estado.
A principios del año 1967, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) quien dominaba el país, intentó democratizar su elección interna a candidato a gobernador, obteniendo como resultado una fuerte división partidista, por un lado se encontraba el pre-candidato de la imposición, que desde la capital del país (México D.F.) era designado, su nombre Faustino Félix Serna; y por el otro lado aparecían los nombres de Fausto Acosta Romo, Enrique Cubillas y Leandro Soto Galindo como fuertes aspirantes que gozaban de la simpatía y el apoyo por parte de empresarios y comunidad en general.
Con el pasar de los días, la precampaña se fue tornando violenta, al grado de ser violada, por elementos de la policía judicial y municipal, la autonomía de la Universidad de Sonora. Motivo suficiente para que los estudiantes se vieran envueltos en medio de una pugna partidista. Después de reuniones estudiantiles y protestas silenciosas, «el miércoles 29 de Marzo estalló la huelga universitaria a las doce del mediodía» (Mercado Andrews, p.13), dando inicio a una generación que cuestionaba las maneras antidemocráticas de hacer política y protestaba «ante la violación de la autonomía y de las garantías individuales y no por la imposición príista» (López Ochoa, p. 138).
Los principales líderes invitaban a creer «que el más alto valor moral era ofrecer la vida para conseguir el bienestar de la sociedad a la que juzgaban desvalida en ese momento» (López Ochoa, p. 43), alentando a sus compañeros a través de consignas como: «Universitario: la sangre derramada en defensa de la Autonomía de la Universidad de Sonora será estéril si tú no ayudas al movimiento….» (Mercado Andrews, p.38).
¿Acaso un creyente no considera prudente el desgastar su vida en defensa de los más débiles de la sociedad? ¿Podemos discernir la voz de Dios detrás de cada reclamo social y fuera de la Iglesia? O ¿Nuestra religiosidad nos endurece y nos inmoviliza evitando acompañar a los «otros» en sus desgracias?
Los estudiantes lograron paralizar «casi en su totalidad» el sistema educativo estatal -desde el elemental hasta el profesional- (Cf. Moreno Soto, p. 77), contando con el apoyo de la población, que hasta ese momento se encontraba «harta de la antidemocracia, el autoritarismo y el centralismo» (Moreno Soto, p. 123).
En una carta enviada al señor gobernador Luis Encinas Johnson, los estudiantes se mostraron «dispuestos a entregar a la posteridad el legado de una juventud que inmola pero no claudica»[2] (Mercado Andrews, p. 44). Ansiosos de abrir un sistema de gubernamental dictatorial, los universitarios creyeron que unidos podrían vencer, inflamándose el corazón de valor; yendo contentos a vivir en la senda de verdad, donde el porvenir y el más allá jamás los arrendaría. Buscaron brillar a la luz de la verdad y se ilusionaron con la idea de que la Patria escuchara su sentir.[3]
Con el pasar de los días, la precampaña se fue tornando violenta, al grado de ser violada, por elementos de la policía judicial y municipal, la autonomía de la Universidad de Sonora. Motivo suficiente para que los estudiantes se vieran envueltos en medio de una pugna partidista. Después de reuniones estudiantiles y protestas silenciosas, «el miércoles 29 de Marzo estalló la huelga universitaria a las doce del mediodía» (Mercado Andrews, p.13), dando inicio a una generación que cuestionaba las maneras antidemocráticas de hacer política y protestaba «ante la violación de la autonomía y de las garantías individuales y no por la imposición príista» (López Ochoa, p. 138).
Los principales líderes invitaban a creer «que el más alto valor moral era ofrecer la vida para conseguir el bienestar de la sociedad a la que juzgaban desvalida en ese momento» (López Ochoa, p. 43), alentando a sus compañeros a través de consignas como: «Universitario: la sangre derramada en defensa de la Autonomía de la Universidad de Sonora será estéril si tú no ayudas al movimiento….» (Mercado Andrews, p.38).
¿Acaso un creyente no considera prudente el desgastar su vida en defensa de los más débiles de la sociedad? ¿Podemos discernir la voz de Dios detrás de cada reclamo social y fuera de la Iglesia? O ¿Nuestra religiosidad nos endurece y nos inmoviliza evitando acompañar a los «otros» en sus desgracias?
Los estudiantes lograron paralizar «casi en su totalidad» el sistema educativo estatal -desde el elemental hasta el profesional- (Cf. Moreno Soto, p. 77), contando con el apoyo de la población, que hasta ese momento se encontraba «harta de la antidemocracia, el autoritarismo y el centralismo» (Moreno Soto, p. 123).
En una carta enviada al señor gobernador Luis Encinas Johnson, los estudiantes se mostraron «dispuestos a entregar a la posteridad el legado de una juventud que inmola pero no claudica»[2] (Mercado Andrews, p. 44). Ansiosos de abrir un sistema de gubernamental dictatorial, los universitarios creyeron que unidos podrían vencer, inflamándose el corazón de valor; yendo contentos a vivir en la senda de verdad, donde el porvenir y el más allá jamás los arrendaría. Buscaron brillar a la luz de la verdad y se ilusionaron con la idea de que la Patria escuchara su sentir.[3]
Pasados 49 días del inicio de la huelga, el sueño estudiantil vivió un duro despertar a manos del ejército mexicano. Firmes y acantonados en las instalaciones universitarias, los estudiantes fueron desalojados, uno a uno, por la fuerza de las armas. El general del ejército mexicano José Hernández Toledo «armado con fusil ametralladora, se internó en el edificio universitario…Exigió con autoritaria voz, salieran los estudiantes de la Universidad, pues tenía órdenes de ocuparla» (Moreno Soto, p. 100). Nadie imaginaría que este ensayo militar serviría como preámbulo de una represión estudiantil que, 17 meses después -2 de Octubre de 1968-, derramaría la sangre de cientos de jóvenes dentro de la plaza de las Tres Culturas, en Santiago Tlatelolco, México D.F.
«Con la acumulación de agentes policiacos ‘secretos’, se dice que la ‘normalidad ha vuelto a Sonora’ según los titulares de la prensa oficiosa, como si la normalidad de México fuera la de los fusiles del Ejército constriñendo las manifestaciones ciudadanas» (Moreno Soto, p. 101). El asesinato, la desaparición forzada, la violación y el hostigamiento, parte de esa cotidianidad que perdura hasta nuestros días.
«Con la acumulación de agentes policiacos ‘secretos’, se dice que la ‘normalidad ha vuelto a Sonora’ según los titulares de la prensa oficiosa, como si la normalidad de México fuera la de los fusiles del Ejército constriñendo las manifestaciones ciudadanas» (Moreno Soto, p. 101). El asesinato, la desaparición forzada, la violación y el hostigamiento, parte de esa cotidianidad que perdura hasta nuestros días.
Dentro del colectivo social aún se recuerdan a ciertas personas, pero la mayoría de los estudiantes quedaron en el anonimato sin un nombre o rostro concreto, mártires desconocidos que intentaron contar verdades para liberar al pueblo del sometimiento, de la opresión y la imposición. Recordándonos que «todo lo que sea fomentar dignidad humana y organización popular será siempre perseguido a muerte por los orgullosos acaparadores» (Caravias, p.5)
¿Podemos ser profetas?
¿Podemos ser profetas?
«Detrás de toda injusticia, de toda opresión…hay una mentira sobre Dios o sobre el ser humano»
José Johnson Mardones
Las tendencias sociales nos presentan estilos de vida que cuestionan el sentido existencial de la persona: vivir interconectado con el mundo y estar ausente del entorno que lo rodea, tener millares de amigos virtuales y no conocerlos personalmente, llamar a la solidaridad en redes sociales sin atender al mendigo que pasa a nuestro lado, ser espectadores de sucesos trágicos «en vivo» sin poder evitarlos. Lentamente, se erigen ídolos que buscan reemplazar a Dios, arrebatando la confianza –todo lo encuentro en él-, proveyendo entretenimiento -música, imágenes, juegos, videos, etc.-, y ofreciendo accesibilidad a «lugares exclusivos» de encuentro con iguales.
La esperanza de vivir plenamente se diluye ante panoramas desoladores de escasez económica, de acceso restringido, de violencia y de ambigüedades éticas. Por esto, se requieren profetas que no solo denuncien comportamientos moralmente incorrectos, sino que iluminen la vida con su ejemplo, que se dejen guiar por el Espíritu e inviten a los demás a hacerlo, que sean una señal de contradicción para el sistema de muerte, que vivan con libertad y seguridad sabedores de que Dios está con ellos y los ama, revelando el rostro amoroso de un papá que nos quiere a todos por igual.
Para ser profetas no se necesita de señales extraordinarias en el cielo, ni considerarse el «elegido» entre la multitud para guiar al mundo, basta con «ser testigos de Cristo en un mundo que hay que transformar e humanizar como Él hizo» (Marsich), tocando al pobre desde su miseria y su sufrimiento; sabiendo que «ningún sistema logrará la plena felicidad de los seres humanos y tampoco existe el sistema perfecto» (Johnson, p. 11), pero vale la pena arriesgar la vida por llevar la buena noticia que alegra, esperanza y da sentido existencial.
Mencionaba el apóstol Juan en su evangelio que Jesús podrá ser visto, no por el mundo, si no por aquellos que vivan como Él vive (Cf. Jn 14, 19) ¿Somos capaces de reconocer el rostro de Dios en nuestro diario vivir? O ¿Nos ocultamos de detrás de la razón y el juicio etiquetando de fanatismo todo aquello donde aparezca Dios?
Reflexión final
Los problemas que atañen a la humanidad, tal vez de fondo, son los mismos de hace miles de años; más sus formas son cada vez más sutiles y engañosas, evidenciando la crueldad, la saña y la avaricia que llevan a la autodestrucción.
Reflexión final
Los problemas que atañen a la humanidad, tal vez de fondo, son los mismos de hace miles de años; más sus formas son cada vez más sutiles y engañosas, evidenciando la crueldad, la saña y la avaricia que llevan a la autodestrucción.
Es parte de nuestro deber, como creyentes, participar dentro de la restructuración del tejido social por la paz y la justicia. Porque «corresponderá a los laicos…el arduo deber de aplicarla (anunciar los principios morales que pueden orientar la realización de una sociedad humana), con fidelidad y coherencia, y de hacerla vida, demostrando así su verdad y eficacia» (Marsich). Tarea que no puede ser simplemente delegada a religiosos o líderes. Dejemos de lado el «sentirnos» muy católicos por cumplir con obligaciones sacramentales – bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios, etc.-, por limitarnos a la asistir a misa cada domingo, por «creernos» defensores de la fe al atacar ideológicamente al distinto. Tomemos en serio nuestra espiritualidad, aquella que es animada y alentada por el Espíritu, haciendo realidad el mensaje de solidaridad y fraternidad que Jesús hizo al mundo; y aunque no sabemos exactamente de dónde viene ni a donde va (Cf. Jn 3,8), no nos podemos dejar olvidar de las víctimas de esta cultura del descarte, que termina por descartarnos a todos (Cf. Caravias).
Alegrémonos de encontrar el rostro de Dios en los más débiles, en los más pequeños y vulnerables, santifiquemos su nombre actuando con justicia y verdad, salgamos a su encuentro dispuestos a vivir en «una comunidad concreta, en un pueblo concreto, encarnado en la historia y en la vida, con esperanza y fe» (Johnson, p. 16) sin «ceder ante la injusticia, ni siquiera a costa de la propia vida» (Marsich). Dejarse mirar por Él, es cuestionarse la existencia y creer que Él es algo «más» que una corriente sociológica, psicológica o a la filosófica. La pregunta sería ¿Dónde puedo reconocerlo?
Bibliografía
Alegrémonos de encontrar el rostro de Dios en los más débiles, en los más pequeños y vulnerables, santifiquemos su nombre actuando con justicia y verdad, salgamos a su encuentro dispuestos a vivir en «una comunidad concreta, en un pueblo concreto, encarnado en la historia y en la vida, con esperanza y fe» (Johnson, p. 16) sin «ceder ante la injusticia, ni siquiera a costa de la propia vida» (Marsich). Dejarse mirar por Él, es cuestionarse la existencia y creer que Él es algo «más» que una corriente sociológica, psicológica o a la filosófica. La pregunta sería ¿Dónde puedo reconocerlo?
Bibliografía
1. CARAVIAS, JOSÉ LUIS; Vocación discernida de compromiso político.
2. MARSICH, UMBERTO MAURO; «Fe cristiana y compromiso social: motivación para la acción política de los católicos».
3. JOHNSON MARDONES, JOSÉ (2004); «Los cristianos y su compromiso político».
4. CARAVIAS, JOSÉ LUIS (2014); Compromiso sociopolítico y espiritualidad ignaciana en América Latina.
5. MORENO SOTO, ARMANDO (1985); Los Aguiluchos, Movimiento popular y estudiantil de 1967 en Sonora. Colección Historia de un Pueblo. Impreso en Talleres Gráficos de Industrial Impresora Tos-Cos, S.A,
6. MERCADO ANDREWS, ISMAEL (1997); El día que explotó la rabia. Editorial UNISON, México.
7. LÓPEZ OCHOA, MARCO A. (1991); “Yo quiero un dinosaurio…” Anécdotas del movimiento estudiantil del ’67. Primera Edición, Tredex Editores S.A. de C.V., México D.F.
Nota:
Las citas bíblicas son de: «La Biblia de nuestro pueblo. Biblia del Peregrino. América Latina.» texto: Luis Alonso Schökel, Ediciones Mensajero.
Ensayo revisado por: Rolando E. Díaz C.
[1] Capital del Estado de Sonora, en México.
[2] Carta fechada el 17 de Abril de 1967, intitulada: «Hártese y piense, señor Gobernador».
[3] Referencia al himno universitario.
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