Lo que hicieron con el más pequeño, a mí me lo hicieron.
Por: IdS
CVX Hermosillo (México)
Introducción
Dentro del siguiente ensayo, pretendo abordar los derechos humanos desde una perspectiva cristiana y sus posibles posturas respecto a la defensa de ellos. Para lo cual, podríamos empezar haciéndonos las siguientes preguntas:
¿Qué representan los derechos humanos hoy en día para un cristiano? ¿Es posible defender la dignidad del ser, sin represalias o consecuencias? ¿Qué limita o justifica mi libertad para traspasar la integridad del «otro»? ¿La impartición de justicia está basada en la capacidad económica del Estado y del individuo? ¿Existen derechos humanos para ricos y para pobres?
La dignidad como principio de los derechos humanos
A pesar de que la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH)[1] expresa en su artículo 1 que: « Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros»; algunas acepciones actuales no reflejan el sentido de la dignidad ni la conciencia presupuestada, limitándose a un legalismo ambiguo.
Concepciones como: «la protección de los intereses más vitales de toda persona, con independencia de sus circunstancias o características personales» (Carbonell), o «pretensiones o expectativas que un sujeto, de manera fundada, tiene de que otros sujetos hagan o dejen de hacer algo en relación con sus interese o necesidades» (Aparicio-Pisarello, p.141); no reflejan ni expresan lo profundo de ser humano; pues la dignidad del ser, tanto en lo individual como en lo comunitario, requieren expresiones más amplias, capaces de ofrecer un sentido existencial pleno, amplio y aplicable a la realidad, no solamente jurídico.
Entonces ¿a qué dignidad nos referimos para respetar a cada individuo, y a qué razón apelamos para hacer vida el comportamiento fraterno anhelado?
Las voces actuales nos llenan de argumentos y razonamientos que contradicen la razón y la conciencia; empezando por la matanza cruenta de niños que aún no se les reconocen como personas, siguiendo por la hambruna, la guerra, el tráfico de órganos y narcóticos, el turismo sexual, hasta llegar a una sutil esclavitud laboral.
Ruidos confrontadores que exigen respeto a la dignidad, no por el hecho de estar estipulada en un papel –referencia jurídica- , o como aceptación mecánica de una serie de normas que la tradición nos ha inculcado –deber ser-, sino por el hecho de tratarse de seres humanos. Regirse bajo un tipo de dignidad burocrática, nos hace suponer que las circunstancias sociales actuales tienen un origen ajeno a uno mismo; esperanzándose en soluciones extraordinarias o milagrosas, que no afecten las comodidades ni seguridades alcanzadas, y evitando reconocerse como parte de una realidad denigrante. Situación que se agrava diariamente entre los más pequeños del sistema.
En cambio, pretenderla como derecho y vida, es estar en constante tensión[2], entre la obstinada discriminación y el reconocimiento fundamental a cada persona; hunde sus raíces en el corazón de cada uno y nos sitúa ante el gran misterio del Inabarcable. Lugar donde la existencia de cada uno cobra sentido y profundidad, al sentirse amado y ser capaz de reconocer al «otro» como alguien, no solamente algo (Cf. Catecismo no. 357); con quien se está en una común unión.
Para asimilar nuestros límites con el «otro» se requiere el conocimiento de los marcos jurídicos donde nos desarrollamos y el discernimiento de nuestros propios deseos y afanes. Porque «mientras un derecho comporta una expectativa tendencialmente generalizable, inclusiva, igualitaria, un privilegio comporta una pretensión tendencialmente restrictiva, excluyente, desigualitaria.» (Aparicio-Pisarello, p. 141), basada en el egoísmo demandante e insaciable.
Ante esto ¿es posible la dignidad de la persona sin que ésta sea capaz de gozar de todos los derechos?[3]
Una economía privilegiada
«La pobreza constituye una negación de derechos humanos»
Areli Sandoval
El mercado somete, a la integridad y a la dignidad, a su ley: tanto tengo, tanto valgo. Proclamando una justicia permisible y sumisa a los grandes capitales, casi siempre extranjeros, en la explotación del subsuelo y del campo; en la privatización de instituciones nacionales y recursos naturales; en el aumento de impuestos, aranceles y precios – a veces nombrados justos-. Situaciones creadoras de incertidumbre, carencia y violencia, ámbitos ideales para la vulneración de los derechos humanos. El dominio de la banca (Wells Fargo & Co,, J.P. Morgan Chase & Co., Bank of America, HSBC, etc. ) rememora al conquistador de antaño, del cual parece nunca habernos independizado.
Sus voceros proclaman que «es indispensable para el desarrollo pleno de un país, el bienestar del mundo y la causa de la paz» (Sandoval, p. 25), argumento que sirve para el reconocimiento internacional de países como Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos en su lucha a favor de los derechos humanos; sin alertar que el detrimento económico de la República Democrática del Congo, Angola, Siria, Guatemala, Honduras, Afganistán o Nepal se debe, en cierto sentido, a ellos. Sociedades enteras condenadas a la pobreza por la drogadicción y la prostitución, por conflictos bélicos que obligan al desplazamiento forzado, por condiciones laborales infrahumanas y sus impactos internaciones en el mercado, por la ignorancia y el desconocimiento de los derechos fundamentales, violándolos sistemática y gradualmente. Esto contradice las condiciones enarboladas, desde el escritorio, para el desarrollo, el bienestar y la paz. Desgraciadamente estas circunstancias terminan siendo aceptadas tácitamente por la población.
Vivir sin respeto por la dignidad, evita la lucha por la justicia social, y ésta no puede ser alcanzada, puesto que la persona es el fin último de la sociedad (Cf. Catecismo 1929). A pesar de que los derechos humanos, hoy en día, representan un parámetro para la determinación de cuáles sociedades son justas o más o menos justas (Cf. Carbonell); los factores económicos terminan por imponerse.
En un Estado transgresor
«Es ingenuo confiar la protección de los derechos a la simple autolimitación del poder o a la existencia de órganos políticos o judiciales “virtuosos”».
Aparicio-Pisarello.
Si bien «toda persona tiene deberes respecto a la comunidad puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su responsabilidad»[4]; la organización de dicha comunidad (Estado) tiene la obligación de proteger sus derechos fundamentales, adoptando medidas que eviten la violación por sujetos u otros agentes (Cf. Carbonell). «Es importante distinguir entre la falta de capacidad y la falta de voluntad del Estado de cumplir sus obligaciones bajo los tratados internaciones» (Sandoval, p. 105).
El legalismo del sistema de justicia y la subordinación a las leyes de mercado, provocan en el Estado, una dinámica social que afecta a millones de personas: La manipulación y defensa de un estilo de vida o un estatus social favorecedor de grupos minoritarios de poder. La corrupción, en este caso, no se ve limitada a actores gubernamentales, a estratos sociales altos ni a características de género; sino a la conveniencia de las partes involucradas para la máxima ganancia a costa de lo que sea o de quien sea. Los mecanismos, que en un principio, eran para salvaguardar la integridad, hoy son revertidos acallando las voces y convirtiendo en invisibles a las víctimas.
Proteger los derechos humanos y exigirle al Estado las garantías propias, es parte de nuestra responsabilidad, porque «la participación de todas las personas, cada uno desde su propio lugar, para promover el bien común, es un deber inherente a la dignidad de la persona humana» (Cf. Catecismo no.1913).
Las agresiones, amenazas y represalias de grupos paramilitares o brazos armados frenan abruptamente las intenciones de una defensa genuina, pues ésta además provoca «enfrentar situaciones de “soledad afectiva” y rechazo familiar, comunitario y social» (Amnistía Internacional, p. 15).
Jesús, defensor los derechos humanos
«Gracias a Él ustedes son de Cristo Jesús, que se ha convertido para ustedes en sabiduría de Dios y justicia»
1 Corintios 1,30
Referirse a autores como «Hobbes, Locke, Rousseau, Montesquieu, incluso Beccaria en el terreno penal, nos ofrecen abundantes argumentos en defensa de la dignidad humana frente a la lógica del Estado absolutista que se había venido construyendo» (Carbonell); hace olvidar o desconocer, la relación de Jesús de Nazaret con la defensa o protección de los derechos humanos. Recordándolo simplemente como la figura estática central de un culto tranquilizante, opresor de la voluntad; cuya organización se limita a ofrecer opiniones en el ámbito moral y espiritual, y en alianza con el Estado y otros grupos económicos poderosos, se opone fuertemente al desarrollo pleno del hombre.
Este prejuicio, impide adentrarnos en su personalidad e historia, aquella que «provoca también la polémica y el conflicto. Su conducta pone de manifiesto que, en las ideas sobre Dios, no se ventilan exclusivamente opiniones teológicas, sino la defensa de los injustamente tratados, de los pobres, y la crítica de unas instituciones religiosas que marginan u olvidan esa tutela» (Vitoria, p.122).
Defender al débil (Mt 23,4 ss), dar voz a los ignorados (Mc 10,15), incluir a los marginados (Lc 14,13; Mt 21, 31) y convivir con los segregados (Mt 11,19; Mc 2,16), poniéndolos en el centro de su prédica, nos lleva a entender porque él es considerado la «Justicia de Dios»[5]. Un hombre sencillo que no cambia ni abole la ley (Mt 5,17), sino que invita a verla con otros ojos, con otra actitud y sentido, depositando nuestra confianza en odres nuevos.
Su proceder fue considerado un peligro para el orden social, al defender el templo, símbolo de la dignidad de su pueblo, que se encontraba reducido a una cueva de asaltantes, traficantes de la fe; por ello «entró en el templo y echó fuera a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y sillas de los que vendían palomas» (Mt 21,12); «se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos del templo» (Jn 2,15) a sabiendas de que «los sumos sacerdotes, los letrados y los jefes del pueblo intentaban matarlo» (Lc 19,47).
Su compromiso con el pobre y vulnerable, lo hace consciente de los riesgos y represalias posibles: «a ustedes mis amigos les digo que no teman a los que matan el cuerpo» (Lc. 12,4). Siendo su asesinato, no una predestinación, sino una consecuencia de la liberación y la lucha, no violenta, por la dignidad del hombre.
Jesús de Nazaret es víctima de un Estado opresor, que creyó ciegamente que era mejor matar a un solo hombre por el pueblo y no que muriera toda la nación (Cf. Jn 11,50), por faltar al orden y a las costumbres socialmente establecidas.
Actualmente las ejecuciones y censuras siguen repitiéndose, en 2013 la Fundación Pachamama en Ecuador – (Organización que trabajaba sobre los derechos de los pueblos indígenas y derechos medioambientales)-, «fue disuelta arbitrariamente, en menos de tres días y sin seguir reglas mínimas de debido proceso…La orden de cierre decía que la organización estaba interfiriendo en políticas públicas y que amenazaba la seguridad del Estado» (Amnistía Internacional, p.8).
Reflexiones finales
Centrarse en la sociedad y distinguir los ruidos actuales, las invitaciones a la felicidad y a modelos de vida propuestos, junto al re-conocimiento interior de cada uno, ofrecen pautas para seguir caminando hacia un proyecto veraz y viable que dignifique al ser; alentándonos en:
1. Trabajar, desde donde estamos y lo que somos, por la construcción de un sistema social, económico y político liberador, pues «no puede realizarse el ideal de ser humano libre, liberado del temor y la miseria, a menos que se creen condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y culturales, tanto como de sus derechos civiles y políticos» (Sandoval, p. 7)
2. Descubrir aquello que nos saca del amor propio y nos conduce a una vida en plenitud. Porque «no habrá, por tanto, nada más divino en el talante y en la conducta de un ser humano que su compromiso solidario con las víctimas de la injusticia, haciéndose partícipe tanto de su destino histórico como de la causa de su liberación» (Vitoria, p. 153)
3. Renunciar a la imposición violenta y tajante, apostando a una concientización basada en el respeto. Evocando el principio rector de: «Traten a los demás como quieren que los traten» (Mt 7, 12). Y ¡Ay de ustedes que pasan por justos y cumplidores ante el gobierno y la Iglesia, descuidando lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe! (Cf. Mt 23,23).
4. Colaborar en conjunto con diversos grupos y causas en defensa de los derechos humanos; incluyendo a los religiosos, porque el «reconocimiento de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del hombre» (Catecismo no 2126).
5. Ser consciente de los posibles riesgos de defender los derechos humanos, ya que sus reconocimientos «nunca han caído del cielo, no han sido el producto de las elucubraciones más o menos ingeniosas de políticos, juristas o expertos» (Aparicio-Pisarello, p.159).
Por último, transcribo parte del discurso de Estela Hernández, hija de Jacinta Francisco Marcial[6], que nos ofrece una realidad sobre la impartición de los derechos humanos en México:
«Es lamentable, vergonzoso e increíble que a seis meses de cumplirse 11 años del caso 48/2006, hoy por fin, la Procuraduría General de la República, reconoce de manera forzada, no por voluntad, que el caso citado fue un error…A todas las instituciones gubernamentales como la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Comisión de los Derechos Humanos que dos años estuvieron callados, a pesar de saber del caso y de decirnos que no se podía hacer nada porque era un delito muy grave, y otras tantas instituciones de apoyo social a los que fuimos a ver y no nos atendieron, pónganse a trabajar de verdad, no sólo den consideraciones… Hoy, como dijo una compañera cesada en Querétaro, hoy nos chingamos al Estado …Hoy queda demostrado que ser pobre, mujer e indígena no es motivo de vergüenza. Vergüenza hoy es de quien supuestamente debería garantizar nuestros derechos como etnia, como indígenas y como humanos; actualmente conocemos autoridades ignorantes, corruptos y vendidos. No les damos las gracias. Les exigimos que si no saben hacer su trabajo, renuncien a sus cargos. Si no tienen dignidad, que sea por vergüenza, si no tienen vergüenza que sea por sus hijos, por mis hijos, por los de todos nosotros…Hasta que la dignidad se haga costumbre. Gracias.»
Bibliografía
1. CARBONELL, MIGUEL (2012); El ABC de los derechos humanos. Página web Este País Tendencias y opiniones. Recuperado de http://archivo.estepais.com/site/2012/el-abc-de-los-derechos-humanos/
2. APARICIO, MARCO. PISARELLO, GERARDO (2008); Los derechos humanos y sus garantías; nociones básicas. En J. Bonet, V. Sánchez (Ed.) Los Derechos humanos en el siglo XXI: Continuidad y Cambios (pp. 139-161). Huygens, Barcelona.
3. SANDOVAL, ARELI (2007); Comprendiendo los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales DESCA. Equipo Pueblo A.C., México.
4. AMNISTÍA INTERNACIONAL (2014); Defender Derechos Humanos en las Américas: Necesario, Legítimo y Peligroso. Amnesty International Publications. Londres.
5. VITORIA C., F.J. (2013); «Cristo, Justicia de Dios » (1 Cor 1,30) en: «Una teología arrodillada e indignada. Al servicio de la fe y la justicia», Editorial Sal Terrae-Cristianisme i Justícia.
6. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (1997); traducción al español, United States Catholic Conference, Inc. – Librería Editrice Vaticana. Estados Unidos de América.
Nota:
Las citas bíblicas son de: «La Biblia de nuestro pueblo. Biblia del Peregrino. América Latina.» texto: Luis Alonso Schökel, Ediciones Mensajero.
Ensayo revisado por: Rolando E. Díaz C.
[1] Redactada en 1948 y adoptada por las Naciones Unidas en diciembre de ese año.
Enlace: http://mx.humanrights.com/what-are-human-rights/brief-history/the-united-nations.html
[2] Mensaje de Papa Francisco a exalumnos jesuitas en Guayaquil. Ecuador: « ¿Estás en tensión? O estás tranquilo, cómodo…y no, no quiero problemas».
[3] Pregunta confrontadora tomada del artículo de Xavier Alonso, publicado en: http://blog.cristianismeijusticia.net/?lang=es
[4] Artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
[5] Confesión cristiana que no hace otro tipo de justicia, una ajena a las relaciones entre los hombre, sino por la forma en que Dios realiza en él la justicia interhumana (Cf. Vitoria, p.125)
[6] Mujer indígena hñähñú (otomí) detenida arbitrariamente y acusada injustamente, por secuestro de seis agentes federales. http://www.centroprodh.org.mx/index.php?option=com_content&view=category&id=237&layout=blog&Itemid=196&lang=es
Gracias Santiago por tu compartir. BUEN TESTIMONIO,
ResponderBorrarGracias a ti, por tomarte el tiempo de leerlo.
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