Llamados a ser personas de verdad
El sueño de muchas personas, al igual que el de Pinocho -respetando el cuento de Carlo Collodi o la versión de Disney- es dejar de ser una marioneta, con hilos o sin ellos, para ser de verdad.
El sistema económico actual nos ofrece sutiles invitaciones, sea por un ‘amigo’ o en su caso un ‘zorro’, como el del cuento: trabajar por una cantidad monetaria que cada vez sea mayor, capaz de satisfacer todas nuestras necesidades -que hasta ese momento, muchas de ellas eran inexistentes-; conseguir un título académico o puesto que demuestre que soy ‘alguien’ valioso y saber aprovechar las ‘oportunidades’ de crecimiento ofrecidas por la vida. En el fondo, mi valía depende de cuan exitoso soy para ese sistema.
Sin sabernos personas, todas estas invitaciones nos bestializan en simples animales de carga -para Pinocho es fácil reconocerlo, ya sea por la cola o las orejas de burro-, vendidos a minas de sal (empresas), girando en círculos detrás de una zanahoria que, tal vez, nunca se alcanza (felicidad efímera) y rebuznando unos a otros, sin comprendernos, realmente, lo que se dice.
Evidentemente, no hemos nacimos para ser títeres ni burros de este sistema ni de ningún otro, sino para ser libres, para convertirnos en humanos, a través de caminos de donde se salga de uno mismo, de donde se arriesgue las seguridades y certezas creídas, y dar la vida por lo que realmente importa -aquello que yace en el fondo del corazón y da sentido al diario vivir-. Como Pinocho cuando se arriesga por su padre.
Probablemente este simple cuento, a través de símbolos, nos alienta y anima a dejar de lado esas 'invitaciones' y comportamientos, meramente pasionales, que nos abajan la dignidad y nos embrutecen; y 'caer en la cuenta' de que nacimos para ser algo más, para ser personas de verdad, siendo hombres y mujeres para los demás.
El sistema económico actual nos ofrece sutiles invitaciones, sea por un ‘amigo’ o en su caso un ‘zorro’, como el del cuento: trabajar por una cantidad monetaria que cada vez sea mayor, capaz de satisfacer todas nuestras necesidades -que hasta ese momento, muchas de ellas eran inexistentes-; conseguir un título académico o puesto que demuestre que soy ‘alguien’ valioso y saber aprovechar las ‘oportunidades’ de crecimiento ofrecidas por la vida. En el fondo, mi valía depende de cuan exitoso soy para ese sistema.
Sin sabernos personas, todas estas invitaciones nos bestializan en simples animales de carga -para Pinocho es fácil reconocerlo, ya sea por la cola o las orejas de burro-, vendidos a minas de sal (empresas), girando en círculos detrás de una zanahoria que, tal vez, nunca se alcanza (felicidad efímera) y rebuznando unos a otros, sin comprendernos, realmente, lo que se dice.
Evidentemente, no hemos nacimos para ser títeres ni burros de este sistema ni de ningún otro, sino para ser libres, para convertirnos en humanos, a través de caminos de donde se salga de uno mismo, de donde se arriesgue las seguridades y certezas creídas, y dar la vida por lo que realmente importa -aquello que yace en el fondo del corazón y da sentido al diario vivir-. Como Pinocho cuando se arriesga por su padre.
Probablemente este simple cuento, a través de símbolos, nos alienta y anima a dejar de lado esas 'invitaciones' y comportamientos, meramente pasionales, que nos abajan la dignidad y nos embrutecen; y 'caer en la cuenta' de que nacimos para ser algo más, para ser personas de verdad, siendo hombres y mujeres para los demás.
IdS
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